“Hay
que buscar más al hombre en la enfermedad que la enfermedad en el hombre. Cada
enfermedad es un mundo, pero lo es porque cada hombre es diferente de los
demás, en tanto que la enfermedad es siempre igual a sí misma”. GREGORIO
MARAÑÓN
La psicología clínica estudia las
interacciones recíprocas entre procesos mentales y salud fisiológica, considera
todos aquellos aspectos psicológicos que están presentes al enfermar, al
recuperarse y cómo se adapta la persona a la enfermedad. El objetivo del apoyo
psicológico es facilitar el proceso de cambio que supone padecer una enfermedad
aguda y/o crónica, minimizando el impacto emocional para reducir posibles
consecuencias psicopatológicas, cómo se pueden resolver los problemas y emplear
técnicas psicológicas para abordar los procesos cognitivos y las reacciones
emocionales adversas.
Hay enfermedades que van a generar
cambios a nivel biológico, psicosocial, tanto en la persona que la padece como
en su entorno familiar. Cada persona puede vivir una serie de fases
psicológicas que le pueden ayudar a adaptarse y a mejorar la calidad de vida, e
incluso incidir en los procesos y curso de la enfermedad.
Cada fase tendrá una duración e
intensidad variable según la persona y estarán en función de su edad, las
características de la enfermedad, las capacidades, los recursos, el significado
que se le da, la actitud y los apoyos biopsicosociales disponibles.
Para llegar a la adaptación tenemos
que pasar por cinco fases psicológicas:
I
FASE: INCERTIDUMBRE Y CONFUSIÓN: Es normal intentar buscar información de
cualquier fuente para saber lo que nos
ocurre. Ahora bien, esto conlleva que puedan contribuir a generar más confusión
y angustia, por ello, se trata de entrar en contacto con profesionales
cualificados que ayudarán a mantener la calma.
II FASE: DESCONCIERTO: Los
sentimientos de temor, angustia, desamparo y miedo son normales. Es importante
recibir información adecuada frente al desconocimiento u otras experiencias que
se tengan de la enfermedad. Una buena comunicación y relación con los
profesionales y la enfermedad, permitirá mantener la capacidad de decidir y
colaborar.
III FASE: OPOSICIÓN Y NEGACIÓN:
Aparece frente a la dificultad para aceptar el diagnóstico, en la negación se
realiza como una forma de amortiguar el impacto y darse un tiempo de respiro
para mantener la esperanza y poder encajar la nueva realidad. Hay que intentar
no adoptar posturas críticas e intolerantes con los que están en esta fase, es
muy importante el respeto a los sentimientos de cada uno sin intentar hacerlos
cambiar a la fuerza.
IV FASE: RABIA: La enfermedad puede
evolucionar y también las dificultades y los cambios en el estilo de vida, en
las capacidades físicas, a nivel escolar/laboral o familiar, influyendo en los
roles, los hábitos, las relaciones, los sueños… Y ¿Qué ocurre? Se grita… Es
necesario saber escuchar, para descubrir lo que se esconde en las quejas, en
las reacciones violentas y el sentimiento de culpa que puede tener la
persona. Frente a las pérdidas de
capacidades es necesario evitar cambios drásticos en hábitos y estilos de vida.
Y así, apoyar poco a poco para conseguir la adaptación frente a la realidad que
vaya apareciendo en cada momento.
V FASE: TRISTEZA: Si después del
grito de la rabia, la enfermedad avanza,
la voz quedará silenciada por un estado de tristeza que ayudará para
permitir asumir y aceptar las pérdidas.
No es depresión, es un estado de tristeza, en el que la persona se aísla
por un tiempo para elaborar e integrar lo que está ocurriendo. Un estado que
prepara a la adaptación.
Tenemos que darnos cuenta que es
esencial comprender y permitir la expresión de los sentimientos, asimismo
aprender sencillas técnicas de comunicación emocional para que esta fase no se
agudice hacia un estado de depresión.
VI FASE: ADAPTACIÓN: Nos encontramos
con la serenidad de esta fase, significa haber conseguido equilibrar el cuerpo
con el propio ser y a través de ella, activar cada día la capacidad de crear y
reinventar la propia vida, vivir cada momento cotidiano o pequeño detalle con
optimismo, esperanza y desde el profundo valor de los afectos compartidos.
Valorar lo que tenemos y no lo que nos falta, potenciando valores y actitudes
positivas de nuestra propia vida.
Las emociones están íntimamente
ligadas a los pensamientos, a las conductas y a los estímulos. Se piensa y se
actúa como se siente, pero también se siente como se piensa y se actúa. Podemos
trabajar sobre los pensamientos, de esa forma se pueden variar las conductas,
los sentimientos y el estado emocional. Si este proceso es positivo incide de
manera saludable sobre el organismo y al conjunto de su ser.
Pilar Moros Borgoñón-Psicóloga clínica (Coleg.
A-399)